El arte de la campanología es algo característico de Inglaterra y, como todas las características inglesas, es incomprensible para el resto del mundo. Los belgas, por ejemplo, que son muy musicales, consideran que lo más adecuado para un conjunto de campanas cuidadosamente afinadas es tocar una melodía. Para los campanólogos ingleses tocar melodías es un juego de niños, perfecto para los extranjeros; ellos creen que el uso adecuado de las campanas es realizar permutaciones y combinaciones matemáticas. Cuando hablan de campanas, no s refieren a la música de los músicos, y todavía menos a lo que el hombre corriente conoce como música. Para el hombre corriente, en realidad, el repique de las campanas no es más que un ruido molesto, únicamente tolerable cuando la distancia lo mitiga o cuando existe alguna relación sentimental. En cambio, el campanero inglés distingue diferencias musicales entre un método de reliazar las permutaciones y otro; por ejemplo, asegura que las campanas traseras siempre suenan mejor cuando tocan 7, 5, 6 o 5, 6, 7 o 5, 7, 6, y puede localizar, cuando acontecen, los quintos de Tittums consecutivos y los tercios en cascada del repique de la reina. Sin embargo, lo que realmente quiere decir es que, con el método inglés de tocar con cuerda y polea, cada campana ofrece la nota más completa y noble. Esta pasión, porque lo es, encuentra satisfacción en la totalidad y la perfección mecánica de las matemáticas y, cuando la campana se balancea rítmicamente de arriba hacia atrás y otra vez abajo, él se llena de la embriaguez solemne que produce realizar a la perfección el complicado ritual. Para cualquier espectador desinteresado que echara un vistazo al ensayo, hubiera resultado bastante absurdo observar las ocho caras de concentración, los ocho en tensión colocados en cìrculo alrededor del salón, los ocho brazos derechos levantados, agitando decorosamente los asideros de las campanas arriba y abajo; sin embargo, para los campaneros, todo aquello era igual de serio e importante que una reunión de la Cámara de los Lores.
(...)
Salió silenciosamente y, al cabo de cinco minutos, oyeron la profunda y melancólica voz de la campana sonando. Primero los seis repiques que anunciaban que era una mujer y luego los repiques rápidos que anunciaban la edad de la fallecida. Wimsey contó treinta y siete. Luego una pausa y, después, una lenta campanada en intervalos de medio minuto. En el comedor, el silencio únicamente, se rompía por el sonido de alguien que terminaba su desayuno discretamente.
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