En el ocaso azul,
su arrecife de moras cobija
mi alma inquieta y golosa,
tú, pequeña. La que me invita
al vaivén de palabras arracimadas
en pequeños destellos de luz.
In aeternum.
A. C.
No sé si mi esfuerzo merece tanto reconocimiento, pero, como siempre, doy gracias a los dioses... y ellos ya saben por qué.
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